EL PLACER DE LA CULTURA

miércoles, 29 de diciembre de 2010

El frontón del Congreso de los Diputados

El magnífico frontón del Congreso, obra de Ponciano Ponzano, resume los ideales liberales del siglo XIX. Con un afán legitimador y en busca de una “nueva” iconografía, el escultor acudió a las formas de la antigua Grecia como cuna de la democracia y realizó una obra neoclásica que desgraciadamente pasa desapercibida entre la vorágine madrileña.

Con la instauración definitiva del régimen liberal en España, tras la desaparición del reinado absolutista de Fernando VII, se hizo necesaria la creación de una nueva sede para las Cortes de manera que se produjese también una ruptura con el edificio que hasta entonces se había utilizado para la proclamación de la Constitución de 1812 y que estaba situado en el antiguo colegio de Doña María de Aragón, donde hoy está el Senado.

El Estatuto Real otorgado por la reina Isabel II establecía, a diferencia de la Constitución de Cádiz, unas cortes bicamerales con funciones muy limitadas y amplio poder regio. La regente María Cristina dispuso entonces utilizar la sede del convento del Espíritu Santo en la Carrera de San Jerónimo, que fue remodelado completamente, ya que se encontraba abandonado tras sufrir un incendio. Sin embargo, tras la subida al poder del grupo progresista en el año 1837 se decidió derribar el convento y se encargó la realización de una nueva sede al arquitecto Narciso Pascual y Colomer; las obras comenzaron en 1841 y el Congreso fue inaugurado en 1850, cuando la Constitución moderada del 45 estaba en vigor.

Imagen del Convento hacia 1820 y el mismo tras las obras de remodelación y adaptación como sede del Congreso



Congreso de los Diputados en 1860



A continuación pasamos a analizar las figuras del frontón siguiendo el estudio elaborado por María Pilar Fernández Agudo.



En el ángulo derecho aparece la representación del Río Ebro; en los planos también estaba proyectada la realización del Tajo, pero no llegó a ejecutarse. En la fotografía no se aprecia el cántaro desde el que una figura que recuerda al dios Neptuno vierte agua. A su lado un niño representa los canales y mira hacia las alegorías del Comercio y la Agricultura; esta última aparece representada por el peso que esta actividad tenía entonces en la economía española. La alegoría representa a una matrona que ofrece los frutos de la tierra al representante del Comercio, Hermes, que los recibe agradecido. Dicha alegoría aparece dotada de sus atributos más característicos: alas, bolsa de monedas en una mano y caduceo en la otra. A su lado aparece la Armonía, representada por el genio alado de la música portando la lira de siete cuerdas.





Relacionada con esta imagen están las Bellas Artes, que aparecen a continuación representadas en forma de tres figuras: la Escultura, la Pintura y la Arquitectura. La Escultura se representa por una matrona semidesnuda (símbolo de sobriedad) y lleva los planos del frontón en sus manos. La Pintura aparece de pie para simbolizar su preponderancia sobre el resto de las artes y porta en la mano derecha un lápiz y en la izquierda una caja con útiles. La Arquitectura, vestida de forma noble, lleva en su mano derecha los instrumentos clásicos y en la izquierda un tablón para los planos.



Junto al grupo central aparece la Fuerza representada por Hércules protegiendo a España y la Constitución. Lleva una piel de león sobre los hombros.
En el centro del frontón, España está representada por una matrona sentada, coronada y portando el cetro real y la corona de laurel. Tras ella se encuentra un bajorrelieve con la rueda del zodiaco. La matrona abraza a la alegoría de la Constitución, que aparece sentada y con el texto constitucional y una flor de lis, como símbolo de esperanza, en sus manos. A su derecha está la Justicia como personificación romana con túnica y manto y de cuya cabeza salen unos rayos como símbolo de la luz recibida, lleva corona de laurel y una espada para impartir justicia que mira hacia arriba, en lugar de la balanza lleva una corona de laurel que dirige a la Constitución.



A su izquierda se encuentra la representación del Valor como un joven mancebo y más a su izquierda el grupo formado por tres figuras, personificaciones de las Ciencias: la Astronomía (mirando al cielo y con un globo en sus manos), la Poesía (sentada en actitud de escribir) y las Matemáticas, que aparece en actitud reflexiva.



En el extremo de la izquierda aparecen las figuras de la Paz y la Abundancia. La primera, en un plano más elevado, mira hacia España y lleva en su mano una rama de olivo. La segunda porta el cuerno de la abundancia repleto de frutos y flores, imagen que hace referencia a la historia de la cabra Amaltea, nodriza de Júpiter.






jueves, 23 de diciembre de 2010

Navidad


El hecho de que un árbol es un árbol es muy importante para nosotros. Nos beneficiamos un montón de que el árbol es árbol. De la misma manera, una persona debería sr una persona. Si una persona es verdaderamente persona, viviendo feliz, sonriente, entonces todos nosotros, todo el mundo, se beneficiará de esta persona. Una persona no tiene que hacer un montón de cosas para salvar el mundo. Una persona ha de ser una persona. Esto es el fundamento de la paz.

Thich Nhat Hanh

miércoles, 22 de diciembre de 2010

Mi sombra de luz

"Me perderé otra vez entre nombres, entre gestos y adioses, me sorprenderá otra vez la tarde en tu recuerdo, para descubrir una vez más que estoy hecha de tus silencios, de tus sonrisas, de tus caricias, que soy herida y vacío de tu ausencia.

Que estoy hecha de obsesiones, de secretos, de inútiles empeños... y de ti, siempre de ti.

Porque si tú no estás, vivir es un oficio que me cansa. Una improvisación forzada, un costoso empeño en sí mismo, una insistencia en lo inútil. Porque sin ti respirar es un gesto que interpreto de memoria"

Isabel Sánchez-Paredes "Cenizas de tinta / Ceneri d´inchiostro". Ed. Bilingüe. Messina: Andrea Lìppolis Ed, 2005




Desierto de Atacama. Chile

martes, 14 de diciembre de 2010

El papel de la antropología en las ciencias sociales

Hoy traemos a nuestro blog un artículo escrito por el profesor y doctor en arqueología Horacio Larrain Barros titulado: “Historiadores, etnohistoriadores y mitoriadores: el respeto debido a las fuentes históricas”. El autor, de una manera muy acertada, hace un repaso de las distintas disciplinas implicadas en el conocimiento humano desde su ámbito más profundo.

¿Qué es la antropología?: la capacidad de entender al ser humano desprovisto de sus ropajes culturales, la capacidad de ver más allá de las diferencias impuestas por modelos  perecederos y a veces perversos, la capacidad de distanciarse para sistematizar lo que “nos sobra” pero que paradójicamente es necesario para el funcionamiento social.

Todo ello necesita, como bien dice el Dr. Larrain, de un entrenamiento tanto académico como de trabajo de campo, donde se ensayan, prueban y afinan los conocimientos aprendidos durante años en las aulas.

Recuerdo con especial cariño a un profesor de antropología de la Universidad Complutense de Madrid, Carlos Caravantes García, que nos enseñó “a ver” el funcionamiento de los roles culturales en el bar de la facultad: nos juntábamos una vez por semana los escasos alumnos de la asignatura de Etnología de la Península Ibérica en torno a una mesa y nos dedicábamos a “estudiar” la comunicación no verbal: la forma de moverse y colocarse unos junto a otros, el movimiento de las manos, las situaciones de poder que se deducían de la interacción. Aprendíamos así a entender los mecanismos que nos convierten en seres sociales que establecen de forma inconsciente relaciones de dominio, sumisión, respeto… Aquello me ayudó posteriormente a aprender a distanciarme y no implicarme en situaciones difíciles mientras hacía trabajo de campo en el norte de Chile en el año 1994.

El profesor Larrain, con su labor de difusión encomiable e incansable, nos recuerda constantemente el principio rector de su blog: “ Es detestable esa avaricia espiritual que tienen los que, sabiendo algo, no procuran la transmisión de esos conocimientos” (Miguel de Unamuno).

Descargar artículo aquí

jueves, 2 de diciembre de 2010

La presa del Pontón de la Oliva, un hermoso navío encallado en el Valle del Lozoya

A mediados del siglo XIX, dos grandes obras de ingeniería despejaron el camino de Madrid hacia la Modernidad: el ferrocarril y el Canal de Isabel II. El desarrollo paulatino del primero fue mejorando notablemente las comunicaciones de la capital y el segundo permitió el abastecimiento de agua a una ciudad en crecimiento.

Hasta la construcción del Canal, los madrileños seguían utilizando los centenarios viajes, que captaban las aguas subterráneas y la conducían hasta las fuentes públicas de la ciudad. La creación del Canal de Isabel II supuso una verdadera revolución y dio inicio a un proceso que acabaría llevando el agua corriente a los hogares de los madrileños. El Real Decreto de 18 de junio de 1851 puso en marcha las obras que habrían de conducir el agua desde el río Lozoya hasta Madrid.

La ingeniería más avanzada de la época y una numerosa y esforzada mano de obra hicieron posible la construcción de las primeras presas y acueductos. Las obras se iniciaron el 11 de agosto de 1851, con la colocación de la primera piedra de la Presa del Pontón de la Oliva por parte del rey consorte, Francisco de Asís. Se pretendía que esta presa embalsara el agua del Lozoya entre las estrechas paredes calizas del valle, en el límite entre las provincias de Madrid y Guadalajara, para enviarla a través de un complejo sistema hidráulico hasta la capital.

La conocida fotografía de Charles Clifford, el gran cronista gráfico del Madrid isabelino, obtenida en 1856, es un testimonio magnífico de las penosas obras realizadas, fundamentalmente por presidarios procedentes de las guerras carlistas, cuyos barracones se conservan parcialmente cerca de la Presa. Las terribles condiciones de trabajo, la dureza del clima serrano y las epidemias hicieron muy difícil su labor.


Hoy puede verse aún en pie y en perfecto estado la sólida construcción de sillería, que, no obstante, sirvió de poco, ya que los ingenieros no tuvieron en cuenta las filtraciones del terreno del embalse, ya que en aquellos tiempos se desconocían los procesos kársticos. Pocos meses después de su inauguración en 1856, se decidió que fuera sustituida por otra nueva, la de El Villar, nuevo embalse captador. Desde entonces la presa se alza como un hermoso e inútil testigo de la historia inicial del Canal de Isabel II.



Fotografías tomadas el 11 de octubre de 2010