EL PLACER DE LA CULTURA

martes, 18 de enero de 2011

San Antón, 17 de enero de 2011

Fotografías de Beatriz García Traba





Fotografías de Eduardo Escudero de Castro















Vídeo. Interior de la Iglesia de San Antón. Beatriz García

 

miércoles, 12 de enero de 2011

San Antón y los animales

San Antón o San Antonio Abad nació aproximadamente entre el 250 y el 375 d.c. en el Alto Egipto. Su hagiografía cuenta que se retiró al desierto a los 20 años tras vender todos sus bienes y allí realizó una intensa vida ascética. Su fama atrajo a numerosos discípulos a los que agrupó como ermitaños, llevando una vida de oración y trabajo, por lo que se le considera el fundador del monacato cristiano junto con Pacomio. A pesar de dirigir estas comunidades cristianas, él se fue internando cada vez más en el desierto abandonándose a la vida ascética, ya que para los cristianos de esa época la soledad aportaba la palabra definitiva de Dios a través del Silencio.


Por su gran cercanía a los animales, que incluso le alimentaban, se le considera su patrón. Cuenta la leyenda que curó de la ceguera a unos jabatos y que al ser el cerdo un animal impuro se tomó como símbolo de su lucha contra el pecado y su dominio sobre él, por eso aparece muchas veces representado con un cerdo a sus pies. Igualmente se cuenta que fue alimentado con pan por un pajarillo cuando vivía con otro anacoreta en el desierto (San Pablo Ermitaño), de ahí la costumbre de repartir panes bendecidos durante la celebración de su festividad.

Los animales se asocian en el cristianismo a la santidad ya que ellos no fueron nunca expulsados del paraíso y por tanto si el hombre se entiende con ellos es porque está cerca de Dios.



En cuanto a la significación del ritual que se lleva a cabo en los alrededores de la Iglesia de San Antón el 17 de enero (C/ Hortaleza, 63) esbozaremos aquí un pequeño apunte:

Durante las procesiones la sacralidad inherente al templo sale fuera extendiéndose así también al que observa y participa de la visión del santo, ya sean tanto personas como animales. De esta manera se refuerza el entorno del santuario y su poder puede hacerse extensivo incluso al cosmos (ceremonias de petición de lluvia). Los elementos sagrados de la iglesia sacralizan al mundo.

Otro elemento importante en estas fiestas es el contacto directo con la imagen del santo o la santa; es costumbre pasar un pañuelo, rosario, estampita o besar la imagen. Igualmente es importante conservar una reliquia especialmente bendecida ese día como ocurre durante la festividad de San Antón con el reparto de panecillos. El pan, al ser la materia prima empleada en la Eucaristía es un elemento fundamental en las celebraciones cristianas, así, después de que el sacerdote haya bendecido los panecillos los reparte entre los fieles que lo guardan porque, asegura la tradición, proporciona trabajo a lo largo de todo el año. El agua, como fuente de vida, está presente en todos los rituales por su elemento purificador y por tanto curativo siendo un elemento fundamental durante las celebraciones de la fiesta de San Isidro.

Las procesiones se realizan en muchas ocasiones, como en S. Antón, haciendo círculos alrededor del santuario reforzando así su “radio de acción” y abarcando varias calles del centro de Madrid: Mejía Lequerica, San Mateo, Fuencarral, Hernán Cortés y Hortaleza. Tanto los animales como sus dueños participan del ritual en las famosas “vueltas”.

Los animales bendecidos ese día adquieren el carácter de reliquias después de entrar en contacto con lo sagrado. Es tradicional en Madrid la presencia de un gran cerdo traído por su ganadero para que participe en la fiesta y con su presencia ayude al dueño en su trabajo a lo largo del año.

La fiesta dejó de celebrarse en el año 1967 (tras diversas interrupciones a lo largo de su historia) y no se retomó hasta 1985.

A la derecha vemos el cuadro de Diego Velázquez, pintado entre 1634-1635 y que se conserva en el Museo del Prado: "San Antonio Abad y San Pablo Ermitaño". Se aprecia claramente como ambos santos son alimentados por un cuervo, según se recoge en la Leyenda Dorada, XIV de Jacobo de Vorágine




Descarga aquí un pequeño vídeo: Fiesta de San Antón en Madrid

sábado, 8 de enero de 2011

Ocno Bianor versus Muhammad I

En 1629 se publicó el famoso libro de Jerónimo de la Quintana titulado "A la muy antigua, noble y coronada Villa de Madrid". Historia de su antigüedad y grandeza. El autor, notario del Santo Oficio de la Inquisición y rector del Hospital de la Latina, había recibido el encargo municipal de escribir una historia de la ciudad que permitiera a esta recuperar su prestigio, sensiblemente menoscabado a principios del siglo XVII por la marcha de la Corte a Valladolid.

Quintana no dudó en recrear el más esclarecido origen para aquel Madrid que acogía al rey católico, embarcado en la hercúlea tarea de evangelizar el Nuevo Mundo y luchar contra protestantes y musulmanes en el Viejo. La Corte del Imperio Hispánico no podía permitirse una estirpe medieval y menos aún islámica, por lo que Quintana remontó su nacimiento mítico a tiempos de griegos y romanos, la más noble cuna imaginable en tiempos del culto Felipe IV.

Para don Jerónimo, el primer recinto madrileño (el de Muhammad I) pertenecía a la Mantua griega y el segundo (el de la muralla cristiana del siglo XII) correspondía a Maiorito, una ampliación romana, seguramente de tiempos de Augusto. Para Quintana, Maiorito es un nombre latino del que procede Madrid, nombre que “no es arábigo” pese a la opinión de algunos autores que el mismo autor cita, y “con el tiempo vino a corromperse, y a llamarse Maierito”, luego Magerit y luego Madrid.

Quintana afirma que “nuestra Mantua fue fundación de los griegos”, como demuestra “el haberse hallado encima de una de las puertas de esta villa, una sierpe, o dragón grande esculpido en una piedra berroqueña, que era divisa de los griegos, y así la dejaron por armas en nuestra Mantua, como fundación suya”. Se refiere a la puerta Cerrada, cuya memoria se conserva en el callejero madrileño, obra romana para Quintana, pero sobre la que supuestamente se había colocado el relieve de una de las puertas de la ciudad griega.

Quintana asegura que el fundador de Madrid es Ocno Bianor, príncipe griego citado en la Eneida de Virgilio y en otras obras clásicas. Se trata de un personaje secundario, hijo de la mítica maga Mantho, como explica don Jerónimo: "Ocno Bianor, hijo de Tiberio o Tiberino, Rey de la Toscana y de los latinos, y de la hada Mantho, que floreció en Tebas y como adivina, la llevó Teseo cuando hizo guerra a Creonte; mas como Teseo fue despojado del reino de Atenas, ella se lanzó al mar, y fue a parar a las costas de Italia, la recogió el Rey Tiberino y tuvo en ella al Príncipe Ocno Bianor, a quien Virgilio, en su Eneida, llama capitán de guerra, el cual nació después de la muerte desgraciada de su padre, en la guerra que hizo a Glauco Cretense, y estando la victoria de su parte, cayó en el rio Albula y se ahogó en él, tomando por ese suceso el nombre de Tíber de allí en adelante el río. Naciendo pues huérfano nuestro príncipe, y desheredado, porque en el reino de los Latinos había sucedido su hermano Agripa Silvio, y el de Toscana había usurpado la tiranía de Mecencio, inclinóse con la edad a las armas, y creciendo en ella el ánimo juvenil, y juntamente la codicia de valer, que es la pólvora que hace de ordinario levantar la llama del deseo de ver tierras extrañas, pasó a estas de España y reconociendo este sitio, su abundancia y fertilidad, el favorable clima, la benignidad del cielo, y la fortaleza del puesto, parecióle a propósito para hacer en él una buena población”…”fundando en él a nuestra Mantua Carpetana”. Después volvió a Italia, siempre según el imaginativo Quintana, y fundó la Mantua transalpina en recuerdo de la española.

Sobre la fecha de fundación aclara que fue “por los años de la creación del mundo de 4320, y a 2078 después del diluvio universal y 150 antes de la primera Olimpiada, y antes del nacimiento de Cristo Señor Nuestro 879” y facilita numerosos y documentados argumentos para ratificar esta versíón.

El nombre de Mantua se lo dio a la actual Madrid Ocno Bianor “derivándole del de su madre Mantho la Fatídica”, según Quintana, que añade después que para diferenciar la Mantua italiana de la Mantua madrileña, se añadió a esta el nombre de Carpentana, "... que se deriva de Carpento, que en latín significa el carro, y difieren en que unos dan por causa estar asentada en tierra llana y espaciosa, acomodada para el uso de los carros... y otros derivan este apellido de las siete estrellas que en campo azul tienen en su escudo, que dicen significan las siete que en el cielo hacen la constelación que en castellano llamamos el Carro".

Quintana no fue el primero, ni tampoco el último, de los autores clásicos madrileños en recoger esta fábula con ínfulas de mito. En 1656, veintisiete años después de la publicación de Quintana, Pedro Texeira ilustró su magnífica Topographia de la Villa bajo el título de Manuta Carpetanorum